jueves, 10 de septiembre de 2009

Historia re-imaginada de los motivos del Gúlmont


El Gúlmont fue el extraño resultado de la puesta prodigiosa de un huevo de una extraña ave de paso, en un tiempo y en un lugar que por nada le correspondía. Nadie de los que regían los destinos de aquel lugar y tiempo hubiera imaginado lo que se produciría en aquél nido, tan bien sujeto a una rama del más sólido de sus árboles. El Gúlmont fué el espacio en el que se desarrollaron imaginaciones y se gestaron proyectos inverosímiles. Donde el empuje imparable de los diecisiete años no se encontró con las barreras que a otros espíritus bravos les ha hecho arrodillarse. En el Gúlmont hubo espacio para casi todo. Y allí estuvieron infiltrados y manteniéndolo, hay que decirlo claro, tres extraños curas liberales que lo inventaron, lo organizaron y lo alentaron: Santiago Pérez Gago, Jesús García Álvarez y Alberto Riera Sellabona (+ 28/5/2004).
Las excursiones del fin de semana eran el objetivo principal que nos atraía al seno del Gúlmont. Pero alrededor de aquella actividad se generaba un universo aparentemente secundario que se desarrollaba en el tiempo que mediaba entre las salidas, durante toda la semana o la quincena.
Cuando se consiguió disponer de un local donde preparar nuestra actividad y arreglar las cosas con las que se realizaba, se abrió una nueva dimensión en nuestra vida de estudiantes atados a un internado. El Gúlmont llegó a ser lo primordial. Tuvo para nosotros más importancia, incluso, que los estudios que cursábamos, que pasaron a ser para algunos, un precio que nos aseguraba la continuidad de nuestra actividad. Y con mucho, el indeseado internado se hacía más llevadero precisamente por la existencia de aquel grupo paralelo que absorbía nuestras mejores horas (libres o incluso robadas al estudio).
Fue fundamental la necesidad creada, de dejar constancia escrita y gráfica de nuestros hechos, y así se empezaron a levantar unas escuetas actas de las salidas que realizábamos. Con tenacidad, los primeros directores del Gúlmont consiguieron hacer escribir el informe de salida a aquella tropa de elementos, inicialmente más indisciplinados, inculcándonos un sentido de responsabilidad que nacía del convencimiento de considerarnos, cada uno en su propio cometido, protagonistas de algo que queríamos, que era nuestro y por lo que teníamos motivos para trabajar. Y todos participábamos en su realización, porque cada uno ostentaba una especialidad parcial cuyas observaciones debían figurar en el informe. No creo exagerar si afirmo que aquellas hojas manuscritas fueron en muchos el inicio del interés por la geografía y por múltiples facetas de conocimiento.
Y por detrás de nuestras propias experiencias, sin que nosotros lo viéramos, estaba la intencionalidad en que se fundaba la organización, dirigida, como en el movimiento Scout en el que se inspiraba sin decirlo, a que aprendiéramos a vivir en la naturaleza para que, después, supiéramos vivir en las ciudades.



Al principio fue el caos

Después, se segregaron el fuego, la tierra, el agua y el viento.


[de "El agua y sus maravillas", 1919. Editorial Muntañola, S.A. - Barcelona. Dibujado por Joan d'Ivori]


Nació el hombre, que quiso dominarlos y se hizo viejo justamente cuando empezaba a conocerlos. Pero otro hombre nació de nuevo y otros más. Sólo uno de cada cien mil inventó algo que marcara un leve ascenso en la evolución, pero todos y cada uno, al asomarse por vez primera al viejo mundo, al pisarlo, al verlo, oírlo y olerlo, lo descubrían como si antes jamás hubiera existido.
Un buen dia, por los montes de León, tierras de agua y de viento, nació Santiago Pérez Gago, alto mancebo y gran hombre donde los hay, que son pocos, montaraz, ávido de luz y explorador de caminos terrestres y humanos. Y a él le correspondió también descubrir el mundo, a sabiendas de que no lo inventaba. Pero estaba andando por Sierra Morena, donde domina el fuego sobre cualquier otro elemento, cuando les puso nombre a todos ellos. Y esa fue la hora del invento.
Les llamó GÚLMONT.



Las sombras de la Polar

Diez años antes de que se me pasara por la cabeza hacer la Revolución, yo tenía mi vida encarrilada por los planes que sobre mi educación habían trazado sabios doctores. Tenía mi estrella Polar marcada sobre el cielo de la Universidad Laboral de Córdoba. Era un cielo recién estrenado y acorde con toda aquella solemne edificación que se había levantado sobre una tierra quemada, para redimirme.

Había en la Laboral dos tipos de educadores: los dominicos (curas y frailes) y los seglares. Entre estos últimos distinguíamos a algunos como los “políticos”, porque se aplicaban en darnos las asignaturas de FEN o Formación del Espíritu Nacional en un número discreto de horas lectivas. Esta coexistencia de especies era como una extraña simbiosis de faunas en la que, curiosamente, el papel de los machos dominantes estaba reservada al clero, mientras que el de los seglares, los “políticos”, estaba limitado a ejercer de gallos crestones, sin demasiado convencimiento como aspirantes. Era como si los representantes del Movimiento estuviesen arrimados al pastel por un convenio tácito que les permitía estar para izar y arriar banderas, junto a un cuerpo que seguía ejerciendo el poder secular de trazar las pautas definitivas de nuestra formación moral, lo cual estaba exclusivamente reservado a la Iglesia. En aquel dilatado paisaje del patio central y el Paraninfo destacaban por sus hábitos blancos y negros los altos avestruces, solitarios o en parejas, que iban y venían con destinos marcados. En el mismo espacio, asomando y desapareciendo, como emergidos de invisibles madrigueras y ocultos de nuevo en un instante, pululábamos, en pequeños grupos inquietos, huidizos pero atrevidos, los perritos de la pradera, con nuestros uniformes, verdes primero y luego azules como el mar proceloso del trabajo que nos esperaba, y con el que acabaríamos encontrándonos.

Entre los educadores “políticos” había algunos ejemplares curiosos: Braña (no recuerdo su nombre) llevaba el apodo correspondiente al nombre del protagonista de una historia patriótica y emotiva de su propia cosecha, que nos relataba como un folletín por entregas en las horas de su clase. Otro, del que tampoco recuerdo el nombre, pero sí su cara marcada por un parche negro que le ocultaba un ojo y quizá una inquietante cicatriz que nadia había visto pero que nos mantenía presente su participación en la pasada contienda, dedicaba su tiempo a leernos pasajes escogidos de la obra literaria del Duce y del Diario del conde Ciano.

Otra función esencial de los “políticos” era la de darnos la “consigna”. Todas las mañanas, antes de dirigirnos a los comedores para desayunar, teníamos que “formar” marcialmente en el inmenso patio central, donde nos reuníamos los más de dos mil alumnos, de entre los que echábamos en falta a los más mayores, que por una incomprensible bula se libraban de aquella pantomima. Si alguno de los cuatro o cinco colegios participantes se retrasaba en acudir, la espera se hacía particularmente pesada, porque nuestras vacías tripas no entendían de disciplinas paramilitares. Una vez todos presentes se procedía al izado de la bandera, tras lo que el “político” de mayor dignidad nos leía la consigna que debería iluminar nuestra conducta durante todo el día. Las consignas eran frases cortas, marciales, impactantes, que se recordaban fácilmente. Un día escuchamos una, muy normal, que se hizo famosa gracias a la consecuente actuación de Mañas, el lugarteniente (o simplemente ayudante) de Braña. Este último nos puso firmes y nos dictó la frase del día: -¡La Falange no descansa!-. Y el solícito Mañas, después de atar al mástil la cuerda de la bandera, se acercó al micrófono y remató la ceremonia: -¡Descanso!, ¡¡ar!!-. Un sordo rumor de pitorreo colectivo se alzó sobre la formación de los laborales. A partir de aquél día, los hábitos marciales se relajaron un poco, y con el tiempo, la ceremonia de la consigna acabó perdiéndose. De casi ninguna frase-consigna más me acuerdo ahora, pese a que José Ignacio me ha mentado media docena de ellas, hace bien poco.


Pero hubo una buena, porque algunas eran incluso poéticas y aquella nos valía a los del Gúlmont de forma muy especial: LA POLAR ES LO QUE IMPORTA. Pienso que la autoría de esta línea tan oportuna pudo deberse a Dionisio Ridruejo, porque la vimos aplicada al nombre de una colección de libros en aquellos años, y mucho antes, en 1948, la había adoptado un semanario de los Estudiantes Españoles que agrupaba a la elite de la filosofía del Régimen.

Efectivamente, al Gúlmont le importaba la Polar. Y nos hicimos nuestra esa máxima. La Polar nos marcaba una dirección inequívoca durante las marchas en las noches despejadas de nuestra Córdoba de los diecisiete años. Durante mucho tiempo llevamos a la Polar por delante o por detrás, o al bies, pero siempre controlada, para saber que nuestros pasos nos dirigían a donde nos proponíamos, porque lo esencial, nos habían enseñado, era proponerse algo y actuar siempre en consecuencia.


Pero la certeza que a los navegantes y a la gente de la Montaña nos ha dado siempre la Polar, tiene una limitación real, numérica. Lo supe después, cuando tuve que refinar la ciencia y las técnicas que aplicaría a mi profesión: La Polar no está emplazada justamente en el Norte geográfico. No está bien centrada en el ombligo de ese casquete estelar que nos sirve de techo al que no alcanza el brazo y de referencia a quien lo sabe fijar en su mente. Tiene una excentricidad de unos setenta minutos (poca cosa; un poquito más de un grado). Sólo los sesudos cartógrafos y los topógrafos escrupulosos lo suelen detectar. Pero el conocimiento de esta realidad me afectó. Cada vez que volvía a mirar a la Polar, el saber que mi Norte de referencia también se trasladaba como cualquier otra estrella, me daba una sensación de mareo. Era como orinar dibujando circulitos (que es lo que canta Sabina, y también se marea). Desde entonces, cada vez que trato de orientarme de noche, aplicando la máxima del Gúlmont, me parece que me falla lo más sagrado. Veo a mi Polar danzando alrededor de un invisible agujero negro que constituye aquel ombligo real de nuestro universo montañero. Seguramente ese es el orificio que ha abducido a muchos gulmoneros que no han podido responder a nuestras circulares y botellas del náufrago. Seguramente muchos, como yo, se han complicado la existencia y han acabado mandando el Norte a hacer puñetas. Hay otras referencias, claro, en la vida. Y empujones, como la ira del cielo, o el rutar de la tierra y la hondura del mar triste. Y detrás de todo, acercándose, el dios Marte con todas sus vilezas.

Quizá tendríamos que arrinconar todo lo superfluo del progreso. Guardar la ciencia en la mochila (sin olvidarla) y volver a andar de noche sin GPS, ni brújula, ni considerar las declinaciones magnéticas ni las convergencias de los meridianos, sin mapa, sólo con la mirada en el oscuro cielo y descubriendo de nuevo las siluetas negras de nuestras montañas, las que fuimos conociendo a fuerza de mirarlas y de ver amanecer poco a poco en sus cumbres, mientras abajo abríamos camino en la escarcha. Quizá así, podríamos llevarnos una gozosa sorpresa: -¡Coño!, ¡si todavía hay mundo!-. Pero eso no es para nosotros, que ya hemos visto las sombras de nuestra estrella. Quizá deberíamos haber sabido hacer entender a nuestros hijos que hay algo tan simple, importante y útil (aunque sólo sea aproximado) como la Polar. Ahora el mundo se abre a los hijos de los hijos, porque para ellos la Polar está limpia. Y hay tiempo, porque siempre, mientras dure el aire y la luz, estará el Gúlmont por descubrir.

En el Gúlmont de octubre de dos mil seis (antes del Segundo Reencuentro).
Pedro Plana Panyart


sábado, 29 de agosto de 2009

Boletín del Gúlmont, nº 3. 14 de mayo de 1964.




Pueden bajarse las páginas en formato grande, haciendo dos 'clic' en las imágenes.


Recibido de Alfredo Tirso Bautista. Doce páginas escaneadas.




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http://indicedelgulmont.blogspot.com/

sábado, 15 de agosto de 2009

2006.- La ALDABA MORA - 2ª serie de fotos de Carlos Acaz.


En el Santuario de la Virgen de la Sierra. CABRA.
IMG_3629_recortada. Estamos en el santuario de la Virgen de la Sierra, en Cabra. Recordando:
“Córdoba - Sevilla”.
“Ni se te ocurra ponerle una equis”.
Ricardo Veroz Herradón y Pedro Plana Panyart.
Foto CAB
IMG_3654_girada.
“A ver, ¡gulmoneros!, ¿quién me acompaña a Nicaragua?”.
José Ignacio Fernández Martínez.
Foto CAB
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“¿Dónde hay que apuntarse?”. “Para, para, Andrés. Que para eso hay que coger el avión”. (Al fondo, muy lejos, Pedro se pierde, a la francesa).

Ramón Peris Simó y Andrés Pérez Alcántara.
Foto CAB
IMG_3655_recortada_2.
“Este José Ignacio, siempre igual. ¿Pero es que no quieres que lleguemos a jubilarnos?”.
Rafael González Míguez y la Rosa de Rafael.
Foto CAB
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“Un gulmonero hace camino al andar, al nadar, al volar y cuando no piensa en nada”. (La feligresa de la izquierda no se lo cree).
El cuenta-cuentos: José Ignacio Fernández Martínez; los demás: Ricardo Veroz Herradón, Rafael González Míguez, Rosa de Rafael, Rosa de Andrés (Rosa), Ramón Peris Simó y Andrés Pérez Alcántara.
Foto CAB
IMG_3657_recortada.
“A ver: ¿dónde estabas tú cuando José Ignacio ha apuntado a los voluntarios?”
Andrés Pérez Alcántara, Ricardo Veroz Herradón, Ramón Peris Simó y Pedro Plana Panyart.
Foto CAB
Y en la Sima. CABRA.
Nuestros pasos, los que nos han traído hasta el reencuentro, nos llevarán también al destino de nuestros pasos de 1963.
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Hay constancia escrita en un cartel, de la presencia del GÚLMONT en el fondo de la Sima, por primera vez durante el siglo XX.
Foto CAB
El pavoroso orificio vertical que inspiró a Cervantes algunas de las fantasías del Ingenioso Hidalgo.
Foto CAB
Asistentes al 2º reencuentro (2006), ante la boca de la Sima de Cabra.
Zaguero último: 06
Zaguero penúltimo: 21
Intermedios, de pié: 20, 19, 05, 18, 14, 07, 12, 03, 08, 17.
En posición de 'listos, ¡ya!': 13, 11, 09, 10.

Foto CAB
Fotografiados en toda la serie:
Por orden alfabético de nombres.
01.-Alfredo Tirso Bautista
02.-Andrés Pérez Alcántara
03.-Apolinar Vecino Suárez
04.-Carlos Acaz Biesa
05.-Jesús Ortiz de Salido Calvo
06.-José Ignacio Fernández Martínez
07.-Mariano Olivar González
08.-Pedro Plana Panyart
09.-Poli, hijo de Apolinar y su Rosa
10.-Rafael Fernández Martínez
11.-Rafael González Míguez
12.-Ramón Peris Simó
13.-Ricardo Veroz Herradón
14.-Rodolfo Fernández Rodriguez
15.-Rosa de Alfredo Tirso Bautista
16.-Rosa de Andrés (Rosa)
17.-Rosa de Apolinar
18.-Rosa de Carlos Acaz (Conchi Mendive)
19.-Rosa de José Ignacio (Gloria)
20.-Rosa de Rafael González Míguez
21.-Santiago Pérez Gago

Foto CAB
José Ignacio Fernández Martínez
Foto CAB
Pedro Plana Panyart
Foto CAB
Santiago Pérez Gago, Ramón Peris Simó, Rafael Fernández Martínez, Apolinar Vecino Suárez, Andrés Pérez Alcántara y Rosa de Andrés (Rosa).
Foto CAB
Rodolfo Fernández Rodriguez
Foto CAB
Un garbeo por Córdoba la nuit.
Santiago P. Gago
y otros gulmoneros, todos sin hábitos (ni buenos ni malos).
Foto CAB
Visita a Medina Azahara
José Ignacio intenta colarse en Medina Azahara sin pagar, pasando por colegial.
Foto CAB
Aparte de la arqueología, Medina Azahara tiene un magnífico emplazamiento sobre la vega cordobesa
Foto CAB
No son hormigas paelleras, sino toros bravos. Más allá, Córdoba la Llana.
Foto CAB
Un descanso entre tanta ruina:

Poli, Apolinar Vecino, Ricardo Veroz y Conchi Mendive.

Foto CAB
¡Media vuelta! Es la hora de comer.
Foto CAB
Pese a lo que pueda parecer, el camarero pudo llegar a los platos de todos los comensales y nadie se quedó sin comer bien.
Foto CAB
Carlos Acaz Biesa y Conchi Mendive, la pareja más joven del reencuentro.
Final de la comida. A partir de ahora, nuestro antiguo compañero, después, siempre amigo y hoy además, catedrático, Ricardo Veroz Herradón, sería el anfitrión en la visita a la Universidad Laboral de Córdoba (Campus de Rabanales).
Foto CAB
En la antigua (y nuestra) U.L.C.
Llegó, por fin, la tarde dedicada a la nostálgica visita de la antigua sede de nuestras disciplinas y de nuestros descubrimientos, en aquellos años en que cada día podía ser una aventura o una monotonía; cada hora una alegría o una decepción; cada minuto un camino nuevo; cada segundo una marca imborrable.
Foto CAB
¡Todo el día andando! ¡Esta es la mía!
Foto CAB
Ir a la 1ª serie de fotografías de Carlos Acaz.



2006.- La aldaba mora. 1ª serie de fotos de CAB

Primera selección de fotografías de Carlos Acaz Biesa,
tomadas en el Segundo Reencuentro del GÚLMONT
(12 al 15/10/2006).
LA ALDABA MORA.
Alguien llamó en Córdoba a una puerta y la gente del Gúlmont respondió, porque el Gúlmont estuvo siempre atento a los toques de la colectividad y acudió al Segundo Reencuentro, el día doce de octubre de dos mil seis. Y al recuerdo de la llamada abrimos hoy la puerta de este álbum fotográfico que nos ha regalado Carlos Acaz Biesa, para que disponga de él quien guste y que disfrute de su retina y de su visión del mundo que pisaba, para que sigamos con él todos y juntos podamos llamar de nuevo a la aldaba que habrá de reunirnos nuevamente. Y él con todos, siempre.
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Una puerta en la Mezquita de Córdoba.
Fotos de Carlos Acaz Biesa.
IMG_3448Las buenas instantáneas se cazan con paciencia, buen ojo y mucho amor.
Conchi Mendive.
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Lo mismo, captado en sentido inverso.
Carlos Acaz.
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La convocatoria en una casa rural del Rivero de Posadas, un pequeño paraíso junto al Guadalquivir, en Córdoba, nos deparó un reencuentro dosificado a lo largo de toda una tarde. La llegada de cada uno repitió las mismas escenas con distintos abrazos y emociones.
Ramón Peris, Pedro Plana, Rodolfo Fernández, Santiago Pérez Gago, Jesús Ortiz de Salido y la silueta fantasmal de Ricardo Veroz.
Foto CAB.
IMG_3536El encuentro con Santiago nos trajo el reparto de sus últimos libros publicados, que todos tenemos en las manos.Ramón Peris, Jesús Ortiz de Salido, Andrés Pérez Alcántara, Rafael González Míguez y Rodolfo Fernández.
Foto CAB.
IMG_3540_girada y recortada“¡Cuarenta y dos años!”.

Santiago Pérez Gago y Mariano Olivar González.
Foto CAB.
IMG_3544_girada y recortadaRafael González Míguez y Santiago Pérez Gago.
Foto CAB.
IMG_3548_recortadaRafael González Míguez, Santiago Pérez Gago y Mariano Olivar González.
Foto CAB.
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Ricardo Veroz Herradón y Ramón Peris Simó.
Foto CAB.
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Mariano Olivar, Jesús Ortiz y Rodolfo Fernández.
Foto CAB.
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Jesús Ortiz de Salido Calvo a) Raca
Foto CAB.
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Rodolfo Fernández Rodríguez
Foto CAB.
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Andrés Pérez Alcántara
Foto CAB.
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Ramón Peris Simó, gulmonero honorario por aclamación.
Foto CAB.
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Levantando acta: “Segundo Reencuentro de Gulmoneros y allegados. En el Rivero de Posadas, a 12 de Octubre del dos mil seis, …”
Pere Plana Panyart.
Foto CAB.
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Apolinar Vecino Suárez
Foto CAB.
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Alfredo Tirso Bautista

Foto CAB.
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Rafael Fernández Martínez
Foto CAB.
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LAS CINCO ROSAS.
¡Pobre memoria, la mía! Sé que entre las cinco, había una Rosa. De las demás, me acuerdo del nombre de dos. Sean cinco. Las cinco hacían sombra a todas las rosas de El Rivero y de todo el Guadalquivir. Permítanmelo los respectivos, que estoy ahora para piropear, y me quedo a gusto. Eran, de poniente a levante:
la Rosa de Apolinar, la Rosa de José Ignacio, la Rosa de Rafael González Míguez, la Rosa de Carlos Acaz y la Rosa (que ella así se llama) de Andrés.
Foto CAB.
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“¡Ya!. Pero es que el Gúlmont de ahora es así, Mariano”.
Mariano Olivar González.
Foto CAB.
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José Ignacio Fernández Martínez.
Foto CAB.
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Faltaba otra Rosa, la de Alfredo Tirso Bautista.
Foto CAB.
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La cena de bienvenida fue al más puro estilo Gúlmont, pero sin hormigas.
El paso del tiempo conlleva mejoras.
Foto CAB.
Ir a la 2ª serie de fotografías de Carlos Acaz.