miércoles, 9 de noviembre de 2011

1966-67 Operación "Asturias", de espeleología.


Se irá haciendo en diferentes entregas, puesto que el material con el que se cuenta es abundante.

domingo, 23 de octubre de 2011

La Cueva del Fato ya ha aparecido



Casi todo salió bien en aquella salida.
Fue en los días ocho y nueve de diciembre de 1962, cuando realizamos lo que denominamos una "expedición espeleológica" a Santa María de Tras Sierra, con el objeto de localizar y explorar la Cueva del Fato. Debió de ser la última salida del año, porque enseguida llegarían los exámenes. Después de aquello y de las vacaciones de Navidad, debió de venir el descenso a la Sima de Cabra, a los dos meses y medio.
Para empezar, en la madrugada del día ocho, a las 5,30 nos habíamos levantado y colocado una "forrada indumentaria para privarnos del frío matinal". Al tratar de salir del colegio, para cumplir con la costumbre de aquella época y lugar, de oír misa en la capilla de la Comunidad, de la que algunos de sus miembros madrugaban más que nosotros de ordinario, nos encontramos con que, de noche, las puertas de nuestro reducto se cerraban con llave. No hubo más remedio que salir al exterior por una ventana.
Realizamos la memorable salida Ricardo Veroz, Rodolfo Fernández, Andrés P. Alcántara y este que suscribe y trata de enlazar aquellas inconclusas notas guardadas. Éramos cuatro casi habituales de aquella afición desviada de la montaña, que empezaba a ser ya, a los ojos de otros, una manía: buscar cuevas.
Un mes antes, los días 3 y 4 de noviembre, otro grupo del Gulmont había salido en plan de reconocimiento por el río Guadiato, en las inmediaciones de Tras Sierra, y había encontrado unas pequeñas cuevas, cercanas al lugar en el que, según indicaciones de gente de la localidad, debía hallarse la Cueva del Fato, de la que ya nos había hablado alguien. Con las noticias que nos llegaron sobre ella, nos habíamos hecho la idea de que se trataba de una cavidad importante.
Para esta última salida, habíamos preparado todo el material técnico del que disponíamos: un tramo de 10 metros de escalera de cable, una cuerda de 20 metros, una lámpara de carburo, dos linternas de pilas, martillo, clavijas, algunos mosquetones y otros accesorios.
Las inconexas notas del "diario" de la salida detallan paso a paso los pequeños acontecimientos, que pasaremos por alto. Baste indicar que poco después de las ocho y cuarto estábamos ya en Santa María de Tras Sierra y continuamos en dirección al río Guadiato, donde se abría un paisaje completamente diferente, encontrándonos con su maravilloso desfiladero. El Guadiato se abría paso entre paredes de roca, donde debía estar nuestro objetivo. "Llegamos a una pared donde parecía verse unos nidos de pajarraco, que resultaron ser cuevas de reducidas dimensiones que se internaban unos cinco metros, sin que, una vez dentro, perdiéramos la visión de la luz exterior. Pero tenían unas formaciones calcáreas muy curiosas".
"No nos dimos por satisfechos y con la intención de encontrar la tan cacareada Cueva del Fato, para cuya exploración habíamos traído los últimos adelantos de la técnica gulmonística, continuamos más adelante ...", "... encontramos a dos guardas que, tras recomendarnos que no hiciéramos fuego [(tachado en el original) y que nos largáramos a hacer mal a otra parte,] nos indicaron que fuéramos a acampar más arriba (al otro lado de la 'barca'), en donde había buen sitio". También nos dijeron que la Cueva del Fato eran los 'nidos' que habíamos visto. Fue toda una decepción. .
Encontramos un lugar excelente, "de acuerdo con todas las condiciones recomendadas en cualquier manual de camping (agua cercana, un ligero declive de suelo arenoso con hierba, posibilidad de encender fuego, ... )" y allí montamos las tiendas. "... nos enrollamos en nuestros abrigos nocturnos y a las ocho y media ya roncábamos, caída la noche y la escarcha iniciando su caída. A las tres de la madrugada el frío traspasó las paredes de pluma de nuestros sacos de dormir (y mantas) y como si nos hubieran pinchado nos despertamos casi al mismo tiempo los dos ocupantes de la tienda. Envidiamos a los que dormían en la otra, con doble techo y cuatro mantas, sin sospechar que, en ese mismo momento, ellos envidiaban nuestra privilegiada posesión de sacos de plumas. El resto de la noche transcurrió en un continuo tembleque de piernas y castañeteo de dientes".
"La salida del sol se hizo esperar, debido a que nos encontrábamos en lo hondo del valle, y las altas lomas que nos flanqueaban parecían querernos conservar entre la bruma, que no se despegaba de la superficie del tranquilo río y, el hielo, que en forma de escarcha dura nos había cubierto las tiendas". Una perezosa subida de la temperatura fundía lentamente el hielo y nos remojaba todos los toldos. Recogimos el campamento y "emigramos hacia otros lugares donde el sol tuviera su reino".
Cuando hallamos un prado acogedor, soleado "y con una fuente en primer término ... extendimos las tiendas empapadas y aún heladas sobre la hierba ... y con el ombligo al sol, empezamos a engullir una porción de queso de bola". Se nos pudo atragantar la comida "cuando, por la loma cercana vimos bajar en desbandada a toda una piara de cerdos que se dirigían a abrevar a la fuente. Tiempo justo tuvimos para tirar de las telas extendidas e impedir que la sedienta chusma de jamones nos arrollara a nosotros y a todos nuestros bártulos".
Después de esto ya, y sin esperar a no mejores acontecimientos, pusimos nuestros pies sobre la carretera e iniciamos el camino de vuelta.
---ooOoo---
En mi tierra de adopción hay muchos refranes y dichos, canciones y cuentos que se adaptan a todos los hechos y a cualquier circunstancia. Oí una vez un relato sobre las malas artes que el demonio pone en práctica para que se pierdan las almas de los justos. La contadora decía haber vivido un caso verídico de cuyos detalles no tengo memoria, en el que Lucifer había salido con su trasero rasgado por las zarzas en las que se había escondido taimadamente. Y el cuento terminaba así:
"Al diablo, la diabla

cosiole el culo con un mimbre.

La cosa no quedó curiosa, pero

tampoco quedó firme".
En aquella salida de los días 8 y 9 de diciembre de 1962, no hubo deseos taimados, que solo pretendíamos encontrar y explorar la Cueva del Fato. ¿Qué menos pueden querer unos espeleólogos en ciernes?. Pero la estación fría en la sierra de Córdoba se alió con nuestra mala pata y hasta con la fauna, para que nuestro objetivo no se cumpliera ni se retomara ya en otra ocasión, que no la hubo. Se nos enfrió el alma, no hallamos cueva, ni Fato, y ni siquiera el diario de la salida se llegó a concluir.
Hasta ahora.
Pero de otra cosa, además de la luz que nos brindó la salida del sol por la carretera de las Ermitas y el paisaje maravilloso del valle del Guadiato, queda el buen recuerdo, manifestado expresamente en las notas y en la foto que ilustra la frase, de "una opípara comida". Hay que apuntar que Andrés era el intendente del grupo y que, en aquella ocasión, se le había juntado Rodolfo para ir a las cocinas de la Laboral a hacer el acopio de víveres. Una de las monjitas que tenían a su cargo aquel negociado tenía una idea clara: "Quien se lía la manta a la cabeza y se echa al monte, tiene que ir bien comido".
La Cueva del Fato ya ha aparecido. Nos lo han contado los colegas del G40.
2011 0620 Minas y cuevas en Trassierra
2011 0915 Salida Cueva del Fato - G40
2011 0919 Se inicia la topografía de la Cueva del Fato - G40

Y yo he tenido que aprovechar la coyuntura para terminar la reseña.



viernes, 22 de abril de 2011

1962. El cuaderno viejo de Mariano Olivar

Realmente fue una casualidad que mi sobrino, haciendo una limpieza en la casa de Luanco - que lleva años vacía - haya reparado en un cuaderno viejo. La otra casa en La Hueria (Sama de Langreo), la abandonaron hace más de 30 años, cuando se fueron a vivir a La Pola de Siero, así que se quedaron muchas cosas por los caminos...


Torreárboles, 28/1/1962.



Pantano del Guadalmellato, 18/2/1962.



Santa María de Trasierra, 10/3/1962.



Cabra, 17 y 18/3/1962.



Cuevas del Tempranillo, abril de 1962.



Río arriba ... (Guadalmellato), 6/05/1962.



viernes, 15 de abril de 2011

1963. La cueva del Toro y el toro de la cueva
junto al canal del Guadalmellato

En la tarde calurosa de un domingo de junio de 1963, José Ignacio Fernández y este P3 que suscribe, entramos en una pequeña cueva que habíamos descubierto en otra excursión, realizada pocos días antes a lo largo del canal del Guadalmellato y partiendo, como ya teníamos acostumbrado por ser nuestra residencia, desde la Universidad Laboral. La cueva no tenía nombre que conociéramos, pero tuvimos ocasión de ponerle uno adecuado sin mucho esfuerzo mental.

Cuando nos disponíamos a salir de la cavidad, después de haber realizado un croquis topográfico, de anotar algunas características geológicas y de haber tanteado las posibilidades arqueológicas del lugar, nos quedamos asombrados al descubrir que, en el interior de la galería, recortada en la sección de luz que entraba desde el exterior, alguien nos había colocado un anuncio de los que ya entonces nos resultaban familiares por verse encumbrados sobre algunos cerros próximos a nuestras carreteras. Era asombroso: nos fallaba el sentido de las proporciones de aquel espacio que, al entrar, no nos había parecido capaz de albergar la enorme silueta del negro toro de chapa sustentada por un descomunal armazón metálico, que ahora estábamos viendo. Nuestros desconocidos bromistas eran capaces de hacernos perder las proporciones del pequeño mundo en el que, de improviso, nos encontrábamos confinados por un cancerbero ficticio, que podía ocultar detrás a quién sabe qué malévolas voluntades, y que nos impedía el paso hacia la luz libre.

Permanecíamos paralizados cuando, quizá por efecto del ruido imperceptible para nosotros, de nuestra propia respiración, la negra silueta se movió. Los haces de nuestras linternas incidieron entonces en los ojos de aquel ser y reflejaron un brillo vivo. Inmediatamente las proporciones se ajustaron a la realidad y caímos en la cuenta de que nuestra situación era la de prisioneros de un auténtico toro, que tenía la comprensible costumbre de refugiarse del calor insoportable del verano cordobés, en un fresco recinto que la naturaleza le brindaba. -Al fondo, ¡rápido!, antes de que nos acometa. -No nos acometerá; esto es más estrecho y él no puede pasar hasta aquí-. Nos vimos enterrados en vida, tiempo y tiempo, sin que nadie en la Laboral supiera nunca nada de nuestro fin.

Salimos, claro. El toro debió de llevarse un susto no menor que el nuestro y no esperó a que los extraños soles que le amenazaban desde el oscuro fondo y le herían las pupilas, hicieran algo más, temible por desconocido. Salió precipitadamente de la cueva y nosotros le imitamos, corriendo desde la boca en su misma dirección, pero en el sentido contrario.

La bravura, a todos, se nos supone.